domingo, 23 de junio de 2024

La mundanidad espiritual y sus distintos rostros

(Imagen: Adarsh Kummur) Un viejo adagio latino reza: "Corruptio optimi pessima", la corrupción de lo mejor es lo peor. Esta sentencia encapsula la idea de que cuando algo (o alguien) intrínsecamente bueno, noble o virtuoso se corrompe, el resultado suele ser especialmente destructivo.

En la vida contemporánea, a menudo, lo espiritual puede reducirse a dimensiones banales cuando se distorsiona o se manipula. La degradación de lo espiritual a un nivel de trivialidad o materialismo es un riesgo asociado al problema de la mundanidad espiritual.

La mundanidad espiritual puede manifestarse de distintas maneras. Una de las más frecuentes, conocida por todos, se refleja en el anquilosamiento de las instituciones religiosas o espirituales, que muchas veces se centran más en el poder, la riqueza y la influencia que en la verdadera vocación de ser fuentes de irradiación de lo sagrado. En lugar de ser vías de expresión de lo trascendente, pueden tornarse espacios limitados al horizonte de su propia supervivencia material y beneficio, alejándose de sus raíces profundas.

Otra situación muy común, aunque a nivel individual, se trasluce en aquellas personas que, al decir de los viejos tratados morales, hacen "profesión de vida perfecta". Es decir, personas que públicamente adoptan una imagen de virtud y pureza impecables, escondiendo tras esa fachada debilidades, conflictos internos, y, en algunos casos, hipocresía pura y dura. El resultado suele ser una vida inauténtica, ya que todo camino espiritual recorrido genuinamente implica una honesta auto-observación y disposición a reconocerse vulnerables, lo cual, paradójicamente, tiende a fortalecer la integridad moral y la conexión con los demás.

Una tercera forma de mundanidad espiritual se traduce contemporáneamente en el acercamiento superficial a las prácticas espirituales, sin un verdadero compromiso interior. En las sociedades posmodernas, a veces vemos cómo la espiritualidad se limita a una moda o tendencia de consumo, un producto más del mercado, orientado a la cultura del "wellness". En estos casos, la meditación, el yoga o los mismos rituales religiosos se practican sin una comprensión cabal de su simbolismo inherente o sin una intención genuina de transformación interior. En definitiva, una espiritualidad de maquillaje. Dicha banalización de lo espiritual reduce prácticas riquísimas a simples actividades de bienestar, perdiendo por el camino su esencia y su capacidad de inspirar un movimiento verdadero.

Pero la mundanidad espiritual también puede camuflarse en discursos mucho más sutiles, disfrazada en actitudes que pretenden simular la superación del barro de la vida cotidiana . Ocurre, por caso, cuando con la excusa de llevar una vida espiritual huimos de la realidad en lugar de enfrentarla y accionar en pos de su transformación. Esta tentación es muy recurrente, sobre todo considerando las complejidades de la vida social, cultural y política que hoy a todos nos atraviesan, y que por momentos pueden resultarnos agobiantes. No obstante, cuando buscamos en la espiritualidad una manera de evitar el dolor, el conflicto, o la responsabilidad, nos alejamos de la posibilidad de la exploración profunda y de contribuir de manera activa a la mejora del mundo, siendo que no hay camino espiritual fuera del reconocimiento de nuestra interdependencia con todos los seres.

Juan Manuel Otero Barrigón

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