sábado, 8 de junio de 2024

Psicología Analítica, Espiritualidad Ignaciana y trabajo con las imágenes

 (Imagen: Nico Bau) // Un punto de encuentro valioso entre la psicología analítica y la espiritualidad ignaciana se halla en la importancia que se le otorga al trabajo con las imágenes. Ambos caminos resaltan el valor de la imaginación como portal de entrada a la interioridad, donde las imágenes cobran vida propia. Las imágenes son como fulgores de luz en la penumbra, que revelan verdades que la mente no alcanza a expresar con palabras. En este espacio creativo de contemplación y silencio, las imágenes nos hablan en el lenguaje universal de los símbolos, trascendiendo las limitaciones de la razón.

La imagen es un reflejo de nuestra historia personal y colectiva. Su valor radica en su capacidad para evocar emociones, despertar recuerdos y desencadenar procesos de transformación interior. Son portadoras de significados simbólicos que pueden revelar verdades ocultas y guiar nuestro caminar hacia mayores niveles de comprensión y sabiduría. Al contemplarlas, nos encontramos con aspectos propios que han estado ocultos, ayudándonos a sanar y crecer. En este sentido, el trabajo con imágenes constituye un acto de revelación, donde el alma puede ir desplegándose en su hondura.

En la psicología analítica, las imágenes se usan como herramientas para explorar el inconsciente y comprender mejor los procesos internos de la psique. Las imágenes brotan en sueños, fantasías o visualizaciones, revelando recovecos profundos que estimulan el proceso de individuación, debido a su carácter numinoso. La imagen opera como un símbolo que muchas veces nos permite abrimos a la experiencia de lo sagrado. 

Por su parte, en la espiritualidad ignaciana la imaginación es sensiblemente dinamizadora, ya que a través de ella el ejercitante puede visualizar escenas bíblicas y ponerse en la presencia de Dios. Esta capacidad de imaginar no solo nos ayuda a integrar mejor las verdades espirituales, sino que también nos permite experimentarlas de manera más vívida y personal, o en lenguaje ignaciano, saborearlas. En los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, el uso de la imaginación se destaca en la Segunda y Tercera Semana. En estas etapas, se invita al ejercitante a imaginar y contemplar los acontecimientos de la vida de Jesús, desde su encarnación y vida pública hasta su Pasión y muerte. La imaginación permite visualizar y experimentar de manera más expresiva los misterios de la fe, lo que ayuda a profundizar en la relación personal del ejercitante con Dios. Siendo un ejercicio espiritual en sí misma, la imaginación facilita el diálogo con Él de una manera íntima y creativa.

Las imágenes son la herramienta con la que moldeamos el barro de la realidad, creando (o recreando) mundos, y abriendo posibilidades casi infinitas. Su poder vive en su capacidad de comunicar de manera resonante y directa. En el trabajo con imágenes, encontramos el puente entre lo visible y lo invisible, entre lo concreto y lo abstracto, entre lo material y lo espiritual. A través del trabajo con ellas podemos abrazar la riqueza de la experiencia humana en dimensiones más profundas de plenitud y misterio.

Juan Manuel Otero Barrigón

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