domingo, 7 de febrero de 2021

Leer o escribir como trabajo espiritual

"Leer o escribir como trabajo espiritual. Este planteo quizás nos atraviesa desde el comienzo de la literatura. No solamente en la escritura, interpretación y abordaje de las obras que leemos, sino también en la entrada intencional que hacemos en ellas. El gran escritor argentino Abelardo Castillo decía que “corregir encarnizadamente un texto no es una tarea retórica o estilística, es un trabajo espiritual", y hay infinidad de referencias a experiencias de corrección de textos, como la de Borges, quien consideraba que la publicación era la única solución para dejar de corregir.
También podemos hablar de la lectura como instrumento privilegiado de constitución psíquica. La antropóloga Michele Petit considera que la literatura es una herramienta privilegiada para que un niño pueda pensarse y percibirse como un sujeto distinto de su madre. Luego, cuando el niño puede leer por sus propios medios, al hacerlo reencuentra el eco lejano de la voz amada en la primera infancia, bálsamo para atravesar la noche y enfrentar la separación.
Hillman también refirió la importancia de la lectura en la constitución y elaboración psíquicas: a nivel cerebral, lo leído se incorpora como experiencia. Sostiene que aquellos individuos que durante su infancia leyeron o escucharon literatura, asidua y constantemente, se encuentran en mejores condiciones de elaborar situaciones novedosas, ya que cuentan con aquellas situaciones recibidas por la literatura ya incorporadas, como si fueran propias. Esas primeras lecturas se convierten en algo vivido a fondo: una manera en la que el alma se zambulle en la vida. Lo que se recibe a una edad temprana y está relacionado con la vida ya brinda en sí una perspectiva de ella.
Hay obras que son empresas espirituales, y eso depende del abordaje del lector. La Divina comedia es uno de los clásicos ejemplos del alegorismo. Podemos leer la obra en sentido literal, como lectores ingenuos, y seguir a Dante por un viaje de ultratumba; también podemos ir detrás del velo de la narración, y acceder al sentido alegórico de sus metáforas y símbolos, y así leer una representación de la acción humana; también podemos leer el sentido moral del itinerario de los valores cristianos de Dante, pero también podemos acceder (y eso es más restringido) a un sentido anagógico, esotérico que pocos comprenden, en consonancia con la idea de ascesis, de ascenso espiritual.
Umberto Eco decía que nadie llega al Paraíso cuando termina de leer la Divina Comedia: eso ya es una elección de lectura. No obstante, Eco nos aporta una idea que me parece reveladora: habla de la entrada en un libro como una iniciación simbólica. Dice que hay novelas que respiran como gacelas, y otras como ballenas o elefantes, y que en cada punto y aparte o coma hay un ritmo vital para descubrir. ¿Quién no debió soportar una primeras cincuenta, o cien páginas, antes de descubrir el tesoro dentro de un libro? Cada obra tiene un ritmo, una forma de hablar, de andar y de decir, sus pautas de acceso. ¿Sostenemos la incertidumbre de no entender lo que está pasando, que hay un sentido para descubrir, o abandonamos una obra apenas sentimos la incomodidad de la incertidumbre o el aburrimiento? ¿A qué se deberá que ciertos personajes nos calan profundo en el alma, y sentimos añoranza cuando dejamos de leer sus peripecias? Cómo nos relacionamos con eso dice mucho de nosotros y de nuestra relación con la vida, la vivida y la no vivida. Recordemos aquel personaje que nos produce nostalgia, pasión o ternura, y quizás nos traiga el aroma de nuestra alma".

Virginia Modarelli, Psicóloga (Universidad de Buenos Aires, Facultad de Psicología y Facultad de Filosofía y Letras). Psicoterapeuta con orientación analítica. Docente en la Escuela Taitoku. Amiga de nuestro blog.