
intuiciones y sentires sobre el arte del acompañamiento espiritual. Un blog de Juan Manuel Otero Barrigón
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Los conceptos humanos de Dios, forjados a través de los siglos, son como pequeñas luciérnagas que brillan en la oscuridad del misterio divino. Cada religión y cada filosofía espiritual tejen su propio tapiz de creencias y rituales, pero estos son solo hilos en el gran telar de la espiritualidad universal. Cuando creemos que nuestra religión o perspectiva individual puede abarcar completamente a Dios, caemos en el pantano de la idolatría.
Cuando elevamos nuestras creencias religiosas al rango de absolutas, cuando pretendemos que nuestra comprensión finita puede agotar la inmensidad divina, construimos ídolos de nuestras propias creaciones y limitamos a Dios a los confines de nuestras doctrinas y dogmas. Nos olvidamos que la divinidad es inabarcable, infinita, más allá de cualquier categorización humana.
La idolatría, en el contexto en el que Melloni la menciona, no se refiere solamente a la adoración de ídolos físicos, sino también a la construcción de conceptos limitados de Dios que encierran a lo divino en un pequeño rincón de nuestra comprensión. Es un acto de arrogancia espiritual que reduce a Dios a una caricatura de nuestra propia imagen y semejanza.
Dios, o el concepto que cada uno pueda tener de lo divino, es un océano infinito de significado y potencialidad. Ninguna religión, ningún sistema de creencias puede contenerlo ni agotarlo. Cuando intentamos hacerlo, limitamos a Dios, lo encasillamos en nuestras categorías humanas. La humildad espiritual nos llama a reconocer la inmensidad de lo divino y a abrazar la confianza que ello conlleva. En lugar de intentar definir a Dios, podemos abrirnos a la posibilidad de que las palabras y los conceptos son solo aproximaciones imperfectas de una verdad que supera nuestra capacidad de comprensión. En ese espacio de humildad, encontramos una disposición a aprender de las distintas tradiciones y una apertura a la belleza de la diversidad espiritual.
Juan Manuel Otero Barrigón
En la paleta de la escucha activa se mezclan los tonos de la comprensión y la empatía, creando matices de alivio y sanación. Con cada trazo, se dibuja la ruta hacia la verdad interior, en consonancia con la voluntad de lo Alto. La danza del tiempo se desvanece, y el presente se tiñe de eternidad.
En la galería del corazón, el acompañado comparte sus vivencias con valentía, mientras el acompañante sostiene las lágrimas y celebra las risas.
El arte del acompañamiento es un acto de entrega, donde el don de uno se convierte en el lienzo donde el otro encuentra su propio color. Es un abrazo en silencio y una mirada que comprende sin juzgar. Es un canto de esperanza y un faro que ilumina, aún los pasos dados en penumbras.
El alma del acompañante y del acompañado se entrelazan, tejidas por los hilos invisibles de la verdad y la confianza. Juntos caminan por el lienzo de la vida, esculpiendo sueños y transformando heridas en cicatrices de amor. En tanto guía el Espíritu, ambos encuentran su refugio, su hogar en el abrazo del Otro.
Juan Manuel Otero Barrigón