
No se trata solo de una soledad práctica —vivir lejos de la familia o de los pares—, sino también de una soledad más sutil, menos visible, que a veces toca aspectos centrales de la identidad y del vínculo con uno mismo. Una soledad que no siempre se reconoce, pero que puede hacerse presente en momentos de mucha exigencia interior… y que, con frecuencia, se vive en silencio.
A veces no se dice, pero el cuerpo lo empieza a decir solo: con insomnios, tensiones, enfermedades inexplicables.
La fragilidad negada
El sacerdote ocupa un lugar cargado simbólicamente: es mediador, consejero, guía espiritual, presencia constante. Pero, ¿quién sostiene al que sostiene? ¿Dónde y con quién puede el sacerdote hablar de su angustia, de sus dudas, de su cansancio? ¿A quién le cuenta que está triste, que se siente desconectado de su oración, o que tiene miedo de no poder más?
Desde la psicología de la religión, y en particular desde una mirada junguiana, podemos pensar que el sacerdote encarna de manera patente ciertos motivos universales: el del sabio, el del guía espiritual, incluso el del padre colectivo. Pero cuanto más tiende a identificarse con esas figuras, más se puede alejar del contacto con su propio mundo interior, con su sombra, con su necesidad legítima de ser cuidado.
Jung hablaba de "inflación arquetipal" cuando alguien se identifica tanto con una figura simbólica que termina perdiendo el contacto con su humanidad real y simple. En el caso del sacerdote, esto puede provocar una autoexigencia inhumana: sentir que tiene que estar siempre fuerte, sin permiso para aflojar. Cuando eso se combina con una estructura eclesial que no facilita demasiado mostrar la propia vulnerabilidad —y que muchas veces prioriza la funcionalidad pastoral por encima del cuidado integral—, el resultado puede ser una soledad psicológica profunda, aunque esté rodeado de gente.
Soledad y desierto: dos caras de una experiencia
La espiritualidad cristiana valora el desierto como espacio de encuentro con Dios. Jesús mismo se retiraba a orar, en soledad. Pero hay una diferencia entre la soledad habitada y la soledad que aísla. Entre el silencio fecundo y el mutismo interior donde ya no se escucha ni a Dios.
Muchos sacerdotes, sobre todo en la ciudad o en parroquias donde están solos, viven en una tensión constante: dar sin recibir, hablar sin ser escuchados, estar disponibles sin tener un espacio propio para desahogarse o para simplemente ser. A eso se suman, a veces, las expectativas idealizadas de los laicos, o la desconfianza de algunos superiores. Y más profundamente, una autoimagen heroica que impide pedir ayuda sin culpa.
Me tocó acompañar a sacerdotes que nunca habían dicho en voz alta lo que llevaban dentro desde hace años. Recuerdo especialmente a uno, que una vez me dijo en sesión: “No me falta fe. Me falta alguien con quien tomar un mate sin tener que estar siempre dando respuestas”. Creo que esa frase dice mucho.
Una soledad que puede sanar… o romper
La soledad no es enemiga del sacerdote. Por el contrario, puede ser espacio de oración profunda, de creatividad pastoral, y de maduración interior. Pero para que eso sea posible, necesita estar integrada, acompañada. Cuando se la niega o se la llena de actividad para no sentirla, entonces puede volverse trampa. Y cuando se la intenta “santificar” sin mirar lo que duele por dentro, puede llevar al desgaste, al cierre afectivo… o a ese vacío donde ya no se ve salida.
Algunos estudios puntuales en diócesis del mundo occidental muestran que un 20% de los sacerdotes tienen problemas con el alcohol y un 8% sufren de otras adicciones. Un porcentaje bastante mayor al de la población general. Por otro lado, el síndrome del burnout también afecta al clero, y hay estudios que miden su incidencia elevada o grave en un 9% de los mismos.
Desde una perspectiva clínica y religiosa, sería muy importante:
Profundizar la dimensión psicológica y afectiva en la formación sacerdotal.
Fomentar redes reales de amistad y fraternidad entre pares.
Ofrecer espacios de acompañamiento donde el sacerdote pueda hablar no solo de su misión, sino de su mundo interior.
Recordar que el Evangelio no exige héroes, sino discípulos: hombres reales, con debilidades y gracias entrelazadas.
Y también, como comunidad laical, no esperar siempre respuestas. A veces basta con animarse a hacer una pregunta que abrace.
Una palabra final
La muerte del padre Balzano no es un caso aislado, tampoco es un hecho incomprensible. Aunque las cifras son dispersas, algunos datos inquietan: en Brasil, 17 sacerdotes se quitaron la vida en 2018, y otros 10 en 2021; en Francia, se registraron al menos siete suicidios entre miembros del clero en los últimos cuatro años, según un estudio citado por La Civiltà Cattolica (*). Puede ser que en proporción sean pocos, pero cada uno encierra una historia silenciosa que merece ser escuchada. Más que estadísticas, son llamados de atención a los que habría que prestarle mucha atención.
Este caso no es solo una tragedia personal, por el contrario, interpela a la Iglesia entera: ¿quién cuida a los que cuidan? ¿Quién escucha, sin juzgar, al que anuncia la Palabra?
Porque incluso el que celebra la misa cada día, necesita que alguien, alguna vez, lo mire a los ojos y le pregunte sin apuro: “¿Cómo estás… de verdad?”
Desde la psicología de la religión, esto nos hace repensar la forma en que concebimos el vínculo entre vocación y humanidad. El sacerdote no deja de ser hombre por estar consagrado, ni deja de necesitar ayuda por llevar cuello romano. El problema aparece cuando el rol se come a la persona, cuando ya no hay lugar para decir lo que duele o lo que cuesta.
Tal vez la tarea sea redescubrir que el camino espiritual no exige negar la fragilidad, sino integrarla como parte del misterio de ser humanos frente a Dios.
Y esa luz no se alcanza con certezas ni máscaras, sino con presencia, escucha y comunidad real. Una Iglesia que abrace no solo el ministerio, sino también la vida concreta de quienes lo encarnan.
Juan Manuel Otero Barrigón
Fotografía: https://www.pexels.com/es-es/@cottonbro/
(*) Antonio Spadaro, Soledad y malestar del sacerdote, La Civiltà Cattolica (ed. española), 23 de junio de 2023. Disponible online: https://www.laciviltacattolica.es/2023/06/23/soledad-y-malestar-del-sacerdote/
Lecturas recomendadas
Correa Lira, J. L. (2021). Mi corazón está firme: Afectividad y sexualidad sacerdotal [Libro electrónico]. Nueva Patris.
Garrido, J. (2014). Soledad habitada (2ª ed., reimp. 6). Editorial Verbo Divino.
Satz, M. (2023). Breve tratado de la soledad. Editorial Kairós.