sábado, 4 de octubre de 2025

Cuando la oración no fluye: dificultades habituales en la práctica contemplativa del método de Franz Jálics

La oración contemplativa según el método de Franz Jálics es una de las prácticas más ricas dentro del camino espiritual cristiano contemporáneo. A primera vista, parece muy simple: sentarse en silencio, en presencia de Dios, repitiendo una palabra o contemplando la respiración. Pero más temprano que tarde no demora en aparecer la experiencia más común entre quienes se animan a esta forma de oración: la dificultad.

No es raro que alguien diga, después de algunos días o semanas de práctica: “No puedo concentrarme”, “Me distraigo todo el tiempo”, “No siento nada”, o incluso “Me siento peor que antes”. Y sin embargo, estas mismas dificultades pueden ser señales de que la oración está haciendo su trabajo. Quizás no en la superficie, pero sí a un nivel más profundo. Como psicólogo y acompañante espiritual, pude reconocer en muchas de estas trabas los movimientos del alma cuando se encuentra, por fin, cara a cara consigo misma.

La expectativa de la paz inmediata

Una de las primeras trampas es esperar que la oración contemplativa nos traiga serenidad desde el minuto uno. Pero Jálics, al igual que los grandes místicos de todas las épocas, sabía que el silencio, además de refugio, también es espejo. Al cesar los estímulos externos, comienzan a aparecer los ruidos internos. Los pensamientos acelerados, las emociones que no sabíamos que teníamos, los recuerdos que creíamos superados, todo eso aparece. Y es natural.

Desde la psicología analítica de Jung diríamos que la práctica contemplativa activa el contacto con el inconsciente. Al bajar el control del yo, emergen muchas veces contenidos que estaban reprimidos, o simplemente olvidados. No porque algo ande mal, sino porque el alma —ese Self profundo— comienza a hablar.

El conflicto con el cuerpo

Otro punto difícil, sobre todo para quienes venimos de una cultura tan mental como la occidental, es habitar el cuerpo. El método de Jálics insiste con razón en la postura: espalda erguida, pies apoyados, respiración consciente. Pero no es fácil. El cuerpo está tenso, duele, se impacienta. Y muchas veces también, es un lugar de memorias.

Recuerdo una vez en que, al comenzar el ejercicio, me invadió una incomodidad y una irritación sin causa aparente. Me molestaba el ruido del entorno, el peso del cuerpo, incluso la palabra que había elegido. Durante varios minutos luché internamente, queriendo “superar” ese estado. Hasta que, casi sin darme cuenta, algo cambió: dejé de resistirme. Simplemente me quedé ahí, con mi mal humor, pero presente. Y en esa rendición silenciosa, se hizo un espacio nuevo. No vino ninguna imagen ni consuelo, pero sí una paz extraña: la de poder estar con lo que hay. Ese día comprendí que la oración no siempre dulcifica, a veces sólo acompaña. Y eso también es gracia.

Desde la mirada junguiana, el cuerpo es portador de alma. Las emociones que no fueron vividas pueden anclarse en él. Por eso, la contemplación silenciosa es también un modo de permitir que lo inconsciente corporal emerja y sea visto, sostenido por la presencia amorosa de Dios.

Distracciones: el pan de cada día

Uno de los temas más recurrentes es la lucha contra las distracciones. Jálics insistía en no pelear contra ellas. No se trata de echarlas a patadas, sino de volver una y otra vez, con suavidad, a la palabra o a la atención corporal. Es un ejercicio de paciencia, no de perfección.

En la psicología profunda esto tiene una resonancia interesante: el yo quiere controlar, quiere que “salga bien”, y se desespera cuando no puede. Pero la oración no es un logro del yo. Es un dejarse hacer. Las distracciones, en ese sentido, también pueden ser un entrenamiento en humildad, en soltar la necesidad de eficacia y dejarse llevar por una corriente más honda.

Hay días en que uno no puede sostener la práctica. Y eso también es parte. A veces, lo más contemplativo que podemos hacer es aceptar que hoy no hay silencio, que hay cansancio o confusión, y simplemente presentarse igual. Como decía una de mis queridas acompañantes de Ejercicios: “El alma ora incluso cuando la mente no puede”.

El silencio como amenaza

Otra dificultad más profunda aparece con el tiempo: el silencio se torna abismo. Algunas personas, al entrar en etapas más avanzadas de la práctica, comienzan a experimentar un vacío angustiante. Dios parece lejano. Todo es árido.

Jálics habla de esta etapa como una especie de noche espiritual. Ya no buscamos consuelo, ni palabras, ni imágenes. Es una purificación. Jung, por su lado, entendía estas fases como momentos en los que el ego tiene que atravesar una muerte simbólica para abrirse a una totalidad mayor. En esos períodos, el Self se revela de modos nuevos, no siempre agradables, pero necesarios.

La clave es la fidelidad. No buscar salidas rápidas. No abandonar el ejercicio porque no sentimos nada. Dios no se fue: está operando en la sombra. Como la semilla que muere en la tierra antes de germinar.

Expectativas y comparaciones

También es común que surjan comparaciones: “Los otros cuentan experiencias profundas y yo sólo tengo pensamientos sueltos”, o “Hace meses que no siento nada, ¿estaré haciendo algo mal?”.

Aquí es fundamental recordar que la oración contemplativa no es una carrera ni una competencia espiritual. No hay medallas. Cada alma tiene su camino. En mi propia experiencia, hubo semanas enteras en que solamente sentí distracción, y otras en que una frase del Evangelio resonaba como un fuego lento durante todo el día. Pero no siempre hay correlación entre lo que uno “siente” y lo que está ocurriendo a nivel profundo.

Desde la psicología analítica, entendemos que la experiencia de lo numinoso —esa cualidad sagrada que a veces irrumpe en la oración— no es algo que podamos fabricar. La práctica sólo dispone el terreno. No garantiza el encuentro, pero lo hace posible.

Resistencias del yo

Por último, hay que nombrar algo que suele pasar desapercibido: las resistencias. El yo, especialmente cuando está muy identificado con el control o con ciertas defensas narcisistas, puede boicotear la oración silenciosa. Aparecen excusas: “Hoy estoy cansado”, “Tengo otras prioridades”, o incluso malestar físico que parece impedir la práctica.

En algunos casos, estas resistencias pueden estar vinculadas a la cercanía con experiencias inconscientes difíciles: viejas heridas, temores, partes del alma no integradas. Jálics recomienda no forzar, pero sí perseverar con delicadeza. Y desde la mirada junguiana, podríamos decir que es justo ahí donde el alma empieza a pedir integración: cuando el yo se resiste, muchas veces lo hace porque se está tocando una fibra verdadera.

Una ayuda en el camino

Practicar la oración contemplativa con el método de Jálics es un camino lento, profundo y transformador. No es una técnica de relajación ni una forma de autoayuda espiritual. Es, en el fondo, una escuela de amor: hacia Dios, hacia el Misterio que habita en todo.

Las dificultades no son signos de fracaso. Son parte del proceso. Cada vez que nos sentamos, aunque sólo sea un tiempo de media hora, aunque sea con sueño, con enojo o con aburrimiento, estamos diciendo: “Aquí estoy, Señor”. Y eso basta.

Como decía un viejo maestro ignaciano: “Lo importante no es orar bien, sino orar fielmente”. Y en esa fidelidad se va tejiendo, sin que lo notemos, una transformación silenciosa. Un alma que aprende a habitarse, a confiar, y a amar en profundidad.

Si estás en este camino, no te desanimes. No estás solo. Y si alguna vez el silencio te abruma, recordá que también Cristo pasó por su huerto de Getsemaní. El silencio de Dios también puede ser parte de su forma de hablarnos. Perseverá. Dios, en su tiempo, siempre sabe hacerse oír.


Juan Manuel Otero Barrigón



Lecturas recomendadas

Jálics, Francisco (1998). Ejercicios de contemplación. Editorial San Pablo

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